Hugo Chávez y el Rey de España
I
Demuéstreme lo que prometió. No puedo hacer tanto que ni me creo yo tanta mentira y no soy un Dios. Cierto como que puso la mano en el fuego por la casa. Y la madera se mojó, y se levantó del suelo como mareado. Sopló fuerte. Prometo. Cambió de repente. Serpientes que me seguís, por favor, les pido a ustedes que cambien de ritmo y persigan a otros músicos. Sin pesos yo me quedé, y ya no hay chamaquita que se resista a este son. Bailan de madrugada, confunden ron por agua y ya no hay mentira que se tuerza. Pues oye que me gusta como se mueven estas velas. Y me llevan a la orilla, sin pez ni pescado, no hay red que te engañe. No hay pesos que me muevan.
II
Cambió, y galopa que camina, en el banco terminó, que no tengo ahorros, pues sueño es mi verdad. No oigas a los necios, canta como gaviota. Sin abrir los ojos caza un boquerón, duerme en mi barracón, me esconde esta capucha de tanta maldición. Llevará una capa tan negra, ojos tan claros no clavan otra saeta que no sea de carbón. Talaremos más árboles y luego dormiremos hasta que el agua nos despierte. ¿De qué sueño? Joyas bajo esta arena que no está, sacó y cortó tablones, pedazos de madera tan oscura, que sólo el perejil me aparta de la orilla.
III
Cuéntame esta historia. La de los tejados que jamás se cerraban. Cierto que no hay rayo con luz, que sin trueno se apague. Olas que acampan sin terminar de abandonar sus piedras, tan gastadas, hondamente libre te perdono si a cambio me acompañas hasta los cocoteros. Pues ríndete si acuerdas que grandes sueños bastan y sobran para replicar tantas calumnias que lanzó ese animal. Era una cigüeña, o mejor un mono que se subió hasta lo alto de la palmera, y lo veía todo porque no hay tejado en ninguna casa de verdad no hay chimenea sin madera, y piedras que caen no truenan, si no es con rayos.
IV
Un sabio. Conoce unos secretos. Verdaderos. Cocos y aguacates. Con linaje y sin paciencia, habla de esto y aquello y en silencio se arrastra. Hasta se agarra a una rama tan fina que jamás le abandona sin ver al renacuajo hacerse rana, ni a la cotorra levantar una pata, ni respira ni valora, ni puede medir si no es porque se mueven las ramas y le cayó un huevo desde el cielo. Se esconde el traidor. Escuchaba los secretos y ya no hay sino una tortilla. ¿De harina o de maíz?
V
De trucos y de redes, de telares y artes de la pesca. Beberemos hasta que no haya lugar para las tortugas de agua. Si los osos polares recuerdan tanta temperatura, les invito a otra partida de cartas. Con una excepción. Abran esa puerta que nunca se sabe. Porque el viento sopla y no confundan gritos con risas. Trampas de veras, que de tantas salidas, que no debes hacer otra cosa que no sea sentarte en esta butaca. Callados todos. Explosión. Muy quieta sin llorar. Levanta la mano, apunta, dispara, y no recurras jamás a la puerta de atrás. Que no hay corriente de aire que resista un tornado de verdad.
VI
Helado. ¿De veras? Me quemo. Trastos y más cosas flotan, se hunden y se elevan más allá del horizonte. Se escapan de las manos y se ponen a jugar con esas nubes. Salta tan alto que las agarra, pero al bajar, me abre la mano y ya no. Perdió todos los colores que ahora. Trotando la pradera, de lado a lado. De arriba a abajo. Es un plano, esfera. Yegua. Molino de agua. Caudal de gratitud. Salió ya. Frío, cortejo, árboles de fruta. Las moscas se despiertan y ya no hay sino albaricoques por doquier, que no. ¡Que no! Las tiene tan cerca y sin embargo esas abejas que hacen azúcar. ¿No es miel? Lo mismo da salado por salado, me quedo con este río que me acompaña hasta la montaña. Frío.
VII
Silencio. Sombras y tierra. Me revuelvo y me sigue, me persigue sin estar yo delante. Grotesco y sin embargo auténtico. Veredicto impertinente pero cierto que terminó ya el verano. Para qué negar, o decir. Entre usted y yo. Señores y señoras de este álbum, hagan el favor de responder a tanta confusión sin aportar solución alguna. Que cantar yo de veras, bien alto, soy mudo. ¿Me escuchan? Aplausos. Agua. Fuego. Aguacero.
VIII
Función. Radiante. Bello, y sin embargo tan cierto como que cuando ayer. De veras, imposible ipso facto de desentrañar enjambres acechan. Salgamos del refugio, del castillo. Al jardín. Celebren todos, copa en mano. Truncado y descarrilado. Ovación cerrada y negociación. Para atrás. Eso no. Cambian dos por tres y encima te piden una comisión. Confundido y por favor que sea la última vez. Eso sí, con propina, pero sin firmar.
IX
Escúchenme con atención. Giren ustedes su sensación hacia tanta certeza, que hablar ya no deja sin permitir una objeción. ¿Y? Pues eso, respetados y respetadas, síganme. Este es el dique que con mis manos este pez brillante y azul, recuerdan, viejos lobos de mar. O no. Truenos, relámpagos, como un barco de papel. Jamás hubo más calma que ahora, y no veo otra cosa que cejas cortadas y arrugas tan ondas, que ayer recibí este mensaje. Pescadilla, regresando por tu cuenta, te parece. Nos dicen, cuidado. Toc, toc. A ver, que luego la silla es brasa, y el cangrejo trepó, trepó. El campanario es alto. Ignoren otra cosa que no sea el gato de los vecinos. Artimañas. Falsas. El viento ya terminó, saquen los remos y hacia el puerto. Calentemos café.
X
Viejo. Más. Cruz. Todavía más. Cruz. Menos que ya te dije ayer lo mismo, ni memoria tenemos. Gatos perseguimos, perdices pescamos y lombrices hacemos volar. Arriba. Menos. Viento fuerte. Huracán. Velas hasta el final del globo que se deshincha. Explotó, sólo me queda jugar con restos de patas de calamar. Y lo demás. Cazuela. Cocina. Inocente. Lo demás en el fondo del mar. A trepar. Y sin bucear, que la cabra anda suelta y la tienes que ordeñar.
Imatge: biografiasyvidas.com
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